Los cementerios islámicos no solo cumplían la función de albergar a los difuntos, sino que eran también espacios de reflexión y devoción, lugares donde se entrelazaban la memoria y la espiritualidad. Las visitas a las tumbas de familiares y santones formaban parte de la vida cotidiana, y se consideraba un acto de respeto y conexión con el pasado

Pilar Delgado
ArqueólogaOpinión
La reciente finalización de las excavaciones arqueológicas realizadas en la calle Marbella, en el marco de las obras para la construcción de un aparcamiento principalmente para visitantes, ha desvelado hallazgos de notable relevancia. Estos trabajos, llevados a cabo con discreción y sigilo por parte del consistorio, han permitido descubrir restos pertenecientes a dos necrópolis, una la conocida de época andalusí y otra que data de época tardoantigua, cuya existencia y ubicación era hasta ahora desconocida. Este descubrimiento abre una ventana única al pasado de Ronda.
Nosotros queremos aprovechar esta oportunidad para ver cómo eran estos espacios, concretamente el perteneciente al periodo andalusí.
En primer lugar, es significativo saber cómo denominamos a estos espacios los arqueólogos y los investigadores. El término que usamos es el de maqbara, que proviene del árabe y se refiere tanto al camposanto como, en ocasiones, a las lápidas halladas en él. De este vocablo derivan palabras en castellano como “macabro” y “almacabra” (forma antigua de referirse a un cementerio islámico). En las fuentes árabes, también se utilizan otras denominaciones como qubūr y rauda (del árabe rawda, que significa jardín), aplicadas a los mausoleos o panteones de príncipes y personajes destacados.
También se antoja importante conocer datos respecto a la ubicación de los cementerios en la época islámica que responden a un principio claro y profundamente arraigado en la normativa religiosa: siempre debían situarse fuera de las murallas que protegían las ciudades. Esta práctica no solo obedecía a la prohibición islámica de realizar enterramientos en las mezquitas o en sus inmediaciones, sino que también era una respuesta pragmática a la creciente población urbana. A medida que las ciudades islámicas se expandían, la demanda de espacio para los difuntos aumentaba, lo que obligaba a establecer los cementerios en vastas áreas alrededor de los núcleos habitados.
En estos camposantos, los cuerpos eran inhumados directamente en el suelo, según lo dictaba el rito malikí, que prescribía un entierro en fosa simple e individual. Sin embargo, la elección de ubicar los cementerios más allá de los muros de la ciudad no solo tenía un trasfondo religioso. Consideraciones higiénicas también jugaban un papel fundamental: mantener los enterramientos alejados del bullicio urbano ayudaba a preservar la salubridad dentro de las murallas. Asimismo, la ubicación extramuros facilitaba el acceso desde las principales puertas de la ciudad, lo que permitía a los familiares y amigos del difunto acudir sin dificultad para realizar las visitas y participar en los rituales funerarios.
En Ronda, la disposición del cementerio andalusí sigue fielmente este patrón. Se encuentra más allá de la llamada «Puerta de Almocábar», o “Del Cementerio” que corresponde además a la salida de la ciudad hacia el mediodía, importante vía de comunicación. Esta estratégica localización no solo aseguraba su separación física de la ciudad, sino que lo hacía accesible, manteniendo así la conexión entre el espacio funerario y la vida diaria de la comunidad.
A menudo, los cementerios se asentaban cerca de cursos de agua o del mar. Esta proximidad no era casual; facilitaba las abluciones y otros rituales funerarios que requerían agua, además de simbolizar la pureza y la vida eterna. El agua, elemento esencial en la cultura islámica, jugaba un papel crucial en los rituales de purificación y en la preparación de los difuntos para su viaje al más allá. En Ronda, esta premisa se cumple con la
proximidad de la fuente de San Nicasio o un arroyo que atravesaba la actual plaza de Ruedo Alameda.
Dentro del cementerio, cada tumba podía señalarse de diversas maneras, utilizando principalmente los materiales disponibles en la zona. Estas marcas funerarias, conocidas como šāhidāt o «testigos», eran elementos simbólicos y conmemorativos que variaban en forma y estilo. Algunas adoptaban la forma de lápidas tabulares simples, mientras que otras que se denominaban mqābriyya, estelas prismáticas que, aunque más comunes en las zonas orientales del sultanato nazarí, se reservaban igualmente para personajes de gran relevancia.
Como muestra de la práctica de marcar las tumbas, tenemos en Ronda bastantes ejemplos de estelas funerarias de piedra muy originales ya que aparecen con unas adiciones laterales y que son conocidas como estelas discoidales de apéndices. Similares estas aparecen en Málaga capital, Estepona o Algeciras, pero, a diferencia de estas que son de cerámica, las rundíes son de piedra.
En Ronda, la tradición de marcar las tumbas dejó un legado particularmente interesante. Entre los numerosos ejemplos de estelas funerarias locales, destacan unas muy originales por su diseño singular: las llamadas estelas discoidales de apéndices. Estas piezas de piedra, únicas en su forma y ornamentación, presentan características que las diferencian de otras estelas encontradas en ciudades como Málaga, Estepona o Algeciras, donde el material predominante es la cerámica. En contraste, las estelas de Ronda, talladas en piedra, evidencian una identidad propia y un estilo que refleja ciertas particularidades.
Aunque las escuelas de derecho islámico, especialmente la malikí, recomendaban no erigir monumentos excesivamente ricos sobre las tumbas, estas lápidas servían como testigos silenciosos las gentes que habitaron estas tierras.
Las tumbas en los cementerios islámicos no solo cumplían una función de reposo eterno, sino que su disposición reflejaba, en muchas ocasiones, las jerarquías sociales y los vínculos familiares. Los entierros de figuras notables o santones a menudo actuaban como polos de atracción, concentrando a su alrededor otras sepulturas y creando áreas de mayor densidad y relevancia simbólica dentro del cementerio. Esta organización no era fortuita, sino que respondía a la costumbre de honrar a aquellos que en vida habían ocupado un lugar destacado en la sociedad.
A partir del siglo XII, se hizo común la construcción de panteones familiares y otras estructuras funerarias privadas, lo que refleja un cambio en las prácticas funerarias y la consolidación de una mayor personalización en los espacios de entierro. En el cementerio de Ronda, se han encontrado vestigios de estas construcciones, lo que sugiere la existencia de recintos familiares o incluso mausoleos, donde varias generaciones de una misma familia podían descansar juntas, perpetuando así sus lazos más allá de la muerte.
Aunque la práctica más común consistía en enterrar a los difuntos en fosas simples, los sepulcros podían estar construidos con materiales diversos como ladrillos, yeso, adobe o piedra, según la disponibilidad de recursos y la posición social del fallecido. A pesar de que el rito malikí, predominante en l-Ándalus, no alentaba la señalización ostentosa de las tumbas ni la inscripción del nombre del difunto, se han hallado numerosas lápidas con inscripciones epigráficas, especialmente durante el período califal. Lo curioso es que muchas de estas inscripciones hacen referencia a mujeres, lo que nos ofrece una ventana singular para entender el papel y la presencia femenina en las sociedades de la época.
En el caso que nos ocupa han aparecido tumbas de bastidor de ladrillo y de piedra, señalando que los preceptos malikíes era dignos de no ser contemplados.
Los cementerios islámicos no solo cumplían la función de albergar a los difuntos, sino que eran también espacios de reflexión y devoción, lugares donde se entrelazaban la memoria y la espiritualidad. Las visitas a las tumbas de familiares y santones formaban parte de la vida cotidiana, y se consideraba un acto de respeto y conexión con el pasado. Estos camposantos, además, ofrecían a muchos un lugar de retiro y descanso, especialmente a las mujeres, para quienes la visita al cementerio estaba socialmente permitida. A diferencia de otros espacios públicos, las mujeres podían acudir solas, siempre que no hubiese hombres presentes, y en esos momentos de intimidad incluso podían descubrirse el cabello, algo excepcional en otros ámbitos de la vida islámica.
En cuanto a las prácticas funerarias, existía un respeto absoluto por la inviolabilidad de las tumbas, y la exhumación estaba prohibida salvo en casos excepcionales, como cuando era necesario reutilizar el terreno para otros fines. Dado que el espacio en los cementerios era limitado, la reutilización de tumbas era relativamente común, y los cementerios abandonados podían ser aprovechados para el cultivo, con la condición de que los beneficios obtenidos se destinaran a causas piadosas. Una curiosidad de estas prácticas es que, cuando las tumbas eran demolidas, los materiales de construcción, como ladrillos o piedras, pertenecían a los familiares originales del difunto, manteniéndose así un vínculo simbólico entre los vivos y los muertos incluso en la reutilización de estos recursos.
La iluminación de tumbas mediante lámparas fue una práctica común y bien documentada en los cementerios islámicos. Estas lámparas se utilizaban especialmente durante la noche, con el propósito de iluminar las sepulturas. Esta costumbre estaba arraigada en la creencia de que la luz era esencial para guiar el alma del difunto en su tránsito hacia el más allá, protegiéndola de la oscuridad. Durante las visitas nocturnas a las tumbas, era habitual que los familiares y amigos recitaran pasajes del Corán, y las lámparas proporcionaban la iluminación necesaria para que estos rituales se llevaran a cabo de forma adecuada. Los restos de candiles encontrados en la maqbara de Ronda atestiguan esta práctica, mostrando su importancia en los ritos funerarios locales.
Sobre las normas de enterramiento y la ubicación de las tumbas, contamos con información valiosa extraída del estudio de las fetuas o dictámenes jurídicos islámicos, que detallan las prácticas funerarias y creencias religiosas de la época. Según estos preceptos, los difuntos debían ser enterrados de manera canónica, es decir, con el rostro orientado hacia La Meca y en posición de decúbito lateral derecho. Esta disposición ha sido confirmada por los restos óseos hallados en el cementerio de Ronda, donde las excavaciones arqueológicas han revelado la disposición precisa de los cuerpos de acuerdo con estas normas.
Sin embargo, uno de los hallazgos más intrigantes en el cementerio medieval de Ronda es la presencia de numerosas tumbas vacías. Este fenómeno, inusual en la tradición funeraria islámica, ha despertado el interés de los investigadores Y, para rizar el rizo, quienes han excavado en la maqbara rondeña han encontrado además una fosa común, lo cual es poco usual en este tipo de cementerios. El director de las excavaciones ha propuesto la hipótesis
de que esta fosa podría estar relacionada con un episodio de peste negra, lo que, de confirmarse, representaría el primer caso documentado en el sultanato granadino.
Adicionalmente, se están llevando a cabo pruebas para verificar la presencia de parásitos intestinales en los restos humanos, así como el análisis de depósitos encontrados en unas pequeñas jarritas desenterradas durante los trabajos arqueológicos, lo que podría proporcionar más información sobre las condiciones de vida y salud en ese momento histórico. Estos análisis detallados prometen ofrecer nuevas perspectivas sobre las prácticas funerarias y la realidad cotidiana de la sociedad medieval andalusí.
Estos primeros resultados de las excavaciones llevadas a cabo en la calle Marbella, donde, insisto, se va a ubicar el macroedificio de aparcamientos, se presentaron este año y el pasado en el Seminario Internacional Maqbara I: espacios, rituales y ceremoniales funerarios islámicos desde sus orígenes hasta el presente, celebrado en Granada, y en el Seminario Internacional Maqbara II “Del Šarq al Garb. Espacios Funerarios, Sociedad y Urbanismo Andalusíes, esta vez realizado en Mértola (Portugal), a los que he tenido la oportunidad de asistir y de los aquí les he traído lo que allí pude oír sobre la maqbara rondeña.